Citas del libro Inocencia radical de Elsa Punset (2009)

Pensamientos grandiosos


“Estar educado significa tener la capacidad de cambiar», aseguraba Carl Rogers.”

“Séneca, otro de los grandes filósofos, decía que no nos da miedo hacer las cosas porque sean difíciles, sino que las cosas son difíciles porque nos da miedo hacerlas.”

“El gran psicoanalista suizo Carl Jung decía que la mayor parte de los problemas mentales no se solucionaban con psiquiatría, sino con filosofía”

“Albert Einstein decía que ningún problema importante puede ser resuelto en el mismo nivel de pensamiento en el que fue creado”

“Esto me ayuda a vivir: comprender la maldad y discernir sus senderos espinados. Calibrar la diferencia, abismal, que media entre la agresión deliberada o el torpe error. Evitar la desconfianza que desgasta. Saber compadecer. Poner límites a aquello que me daña.”

Perseverancia


“Nada cobra cuerpo sin esfuerzo: de la semilla a la eclosión, de la idea al libro, de las células al órgano, de la primera mirada al amor. Del inconsciente a la conciencia y de lo potencial a la existencia. El reto es lograr extraer, de la masa informe, formas tangibles. La vida ha de arrancarse de un mar de posibilidades.
Sólo los más pequeños o los perezosos creen que todo llega hecho. Mirar más allá de las apariencias descubre muy pronto el milagro del destello que surgió de lo invisible. Arrancamos de lo muy profundo algo concreto y claro. Lo que no supimos o no quisimos rescatar de ese lugar primigenio quedará, perdido o expectante, hasta que alguien con instinto y esfuerzo logre darle forma. Es un mundo por hacer.
Cuando escribo a veces quiero abandonar. No sé bien por qué. Suele alzarse el fantasma de la pereza, la tentación de querer vivir cómodamente, de no contradecir un instinto atávico de supervivencia y de disfrute que ordenan apartarse de cualquier problema o potencial amenaza. Este deseo combinado de comodidad y de seguridad dificulta el proceso creativo.”

Humildad


“La humildad no es una virtud glamorosa y, sin embargo, eso no la hace menos necesaria. Humildad viene de humus que es lo que fertiliza la tierra. La humildad simplemente nos dice que solo tenemos acceso a un punto de vista y no a la realidad en su conjunto, y menos a la que contempla otra persona, y que, por tanto, si queremos conectar y comprender, necesitamos preguntar y escuchar. Es de esta manera como podemos recibir nuevas perspectivas, nuevos descubrimientos y sorprendentes aprendizajes.”

Venenos que tratan de destruirnos


“El primero es el veneno de la culpa. Cuando uno lo recibe, no se siente triste por algo que ha hecho, se siente culpable. La tristeza invita a reparar el daño porque te importa la otra persona, mientras que la culpa lleva a reparar el daño para no sentirse culpable. Además, la mayor parte de las veces, la culpa paraliza en lugar de mover a la acción. Hay personas que nos introducen el veneno de la culpa porque saben que de esa manera somos más manipulables. Recuerdo una ocasión en la cual a una persona que trabajaba en una empresa la Llamó su jefe a las diez de la noche a su despacho sin encontrarla allí. Al día siguiente su jefe le comentó que la había llamado a esa hora esperando encontrarle en su despacho y que al no estar allí para coger su llamada, había quedado bastante decepcionado. Ese mismo día su jefe volvió a llamarla a las diez de la noche y mostró su satisfacción al en “encontrarla en su sitio. No es que tuviera que decirle nada especial, sencillamente quería someterla. El veneno de la culpa había hecho su efecto, una vez más había un dominador y un dominado.
Otro de los venenos es el de la desesperanza. Lo inoculan personas de actitud muy negativa y que solo se sienten cómodas cuando los demás ven las cosas con la misma negrura que ellos. Disfrutan minusvalorando los éxitos y los logros de otros. Llaman a los sueños utopías y gustan de hablar solo de lo que está mal y lo hacen de una forma que lleva a otros a pensar que lo que está mal solo puede llegar a estar peor. Es una actitud vital que se extiende a la totalidad de lo existente y no solo a una parcela de las cosas. Son como agujeros negros que aspiran nuestra energía y nos dejan exhaustos y deprimidos. Junto a ellos, mientras no cambien de mentalidad no puede haber vitalidad ni alegría.
El tercer veneno es el de la humillación, que te hace sentir como si fueras una persona de menor categoría y te lleva a creer que los demás también te ven así. Hay una sensación “profundísimo sentimiento de inferioridad. De manera sistemas sistemática sus carceleros en Camboya les habían transmitido una y otra vez la idea de que eran seres inferiores, que nunca llegarían a nada. Al final, ellos se lo habían creído. Hasta que no se descubrió ese veneno, estas personas no pudieron disfrutar en Estados Unidos de un nuevo amanecer en sus vidas.
Si queremos vivir como seres libres, nunca justifiquemos lo que hemos hecho de nuestras vidas en base a lo que otros hicieron con nosotros. Si lo hacemos, seremos nosotros quienes mantendremos en nuestro cuerpo la toxicidad de aquel veneno y nuestra vida estará llena de excusas, pero no de resultados. No justifiquemos nuestro rechazo a los demás porque otros nos rechazaron, o nuestro pesimismo porque nunca nadie nos alentó a vivir con alegría. El pasado siempre existirá, pero nuestro futuro puede ser mucho más que nuestro pasado. Seguir dando vueltas una y otra vez a ello es ingerir continuamente un toxico y pensar que va a matar a la otra persona.
Nadie puede determinar nuestro valor y mucho menos cuando ya nos ha colocado una etiqueta. 


El miedo como enemigo


“En una ocasión, el Señor de las Tinieblas convocó en su tenebroso palacio a los más encarnizados enemigos del hombre y se dirigió a ellos de la siguiente manera:
—Llevo miles de años intentando destruir al hombre, acabar con su existencia, para ello he creado todo tipo de conflictos y guerras, pero cuando parecía que al final lograba lo que tanto anhelo, aparecía Él y evitaba que el ser humano desapareciera de este planeta. A veces aparecía disfrazado de sonrisa, otras de una mano amiga e incluso a veces de una simple palabra de consuelo y, sin embargo, a mí nunca me engañó, porque siempre supe que tras los mil disfraces se ocultaba mi más temible enemigo, el Amor. Entregaré la mitad de mi reino a aquél de vosotros que me traiga el cadáver del Amor entre sus brazos.
Murmullos y aullidos se escucharon en aquel salón oscuro. De repente, uno de aquellos siniestros personajes se abrió paso a golpes entre la multitud, se postró ante el Señor de las Tinieblas y gritó:
—Gran señor, yo soy quien te traerá el cadáver del Amor entre mis brazos, yo soy su enemigo natural, porque yo soy el Odio.
Al oír aquellas palabras, el Señor de las Tinieblas respondió entusiasmado:
—Ve, amigo mío, y haz mi sueño realidad y gozarás de la mitad de todo mi reino.
En una esquina de aquel salón, oculto tras una columna, un personaje vestido de negro y con un gran sombrero que le tapaba el rostro esbozó una extraña sonrisa.
El Odio partió ante la envidia de muchos. Los años pasaron y el Odio regresó cabizbajo y ante el Señor de las Tinieblas manifestó su incomprensible derrota:
—No lo entiendo, gran señor, he creado desavenencias, malentendidos y todo tipo de agravios y cuando parecía que mi triunfo estaba cercano, aparecía Él, y al final todo lo suavizaba, todo lo arreglaba.
Tras el Odio fueron la Pereza, la Rutina, la Desesperanza y muchos de los peores enemigos del hombre y, sin embargo, todos ellos al final fracasaron. El Señor de las Tinieblas al ver que ninguno de aquellos seres era capaz de lograr 
lo que el tanto anhelaba, cayó en una depresión profunda, hasta que súbitamente se abrió paso entre la multitud aquel silencioso personaje que vestía de negro y que tenía un sombrero que le tapaba el rostro. Con gesto altivo se dirigió al Señor de las Tinieblas:
—Yo soy quien te traerá el cadáver del Amor entre mis brazos. El Señor de las Tinieblas lo miró con desprecio y se dirigió a él con desagrado:
—Todos antes que tú han fracasado y tú, a quien ni siquiera conozco, pretendes triunfar. No me importunes, todo está perdido.
Aquel extraño personaje partió, pasaron años y de repente se presentó ante el Señor de las Tinieblas con el cadáver del Amor entre sus brazos. El Señor de las Tinieblas pegó un salto y se incorporó incrédulo ante lo que contemplaban sus ojos:
—Lo has logrado, has conseguido lo imposible, tuya es la mitad de mi reino, pero, amigo mío, por favor, antes de partir dime quien eres.
Aquel personaje se quitó solemnemente su gran sombrero, y con un susurro que, sin embargo, hizo temblar a todos los presentes, dijo:
—Yo soy el Miedo.”


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